12 de junio de 2013 

Este texto fue leído por el actor Luis Vera este sábado 8 de junio en la Estación Mapocho, en el encuentro poético musical “Voces Vivas” organizado por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. http://sitiocero.net/2013/monologo-del-detenido-desaparecido

 

Tengo Viva la Voz. Tenemos las Voces Vivas.

Aquí estoy, querida, y no sé dónde estoy.

La muerte nunca tuvo señorío y la impunidad

-otra forma de muerte- no tendrá la última palabra.

Hace un rato que vi pasar las flores camino

a la superficie, si no han llegado aún deben

estar muy cerca. ¿Quién pudo imaginarlo?

Nadie en el mundo podría haberlo imaginado:

con mi fotografía en tu pecho tú me buscas,

y con el clavel rojo en la mano, te espero.

 

Sé que no dejarás piedra sobre piedra

hasta encontrarme. Tu testimonio de amor

es infinito, tu consecuencia es de estrellas,

y como si tuviera quince años y te esperara

en la puerta del liceo, vuelvo a enamorarme

de tu militancia en esta noble causa que es la vida.

 

Nada de lo nuestro ha sido contaminado

por el olvido. Por eso, seguro que lo recuerdas:

cuando fundamos el sindicato y Víctor Jara

cantó Te recuerdo, Amanda mientras llovía

como nunca había visto llover sobre Santiago.

 

Jamás lo había visto así, pero hoy me parece

que esa lluvia era signo vivo de alegría,

del anuncio de otro tiempo con escuelas,

medios litros de leche, lápices y futuro

Todo poema y lo sabes, es un acto de amor.

 

Este no es un poema y es más que un poema:

es la continuación de una conversación

brutalmente interrumpida. ¿Qué hora es?

 

Han transcurrido cuarenta años y tengo

la impresión que fue ayer / cuando te vi

por última vez. Envejeciste en esa pieza

helada de la Vicaría. Como si hubieses sido

una fumadora compulsiva, engrosaste la voz

gritando durante este tiempo, ¿dónde están?

¡Vivos los llevaron y vivimos los queremos, carajo!

 

Con el mismo abrigo de siempre, regresabas

sin respuestas y con un abismo. Hermosa

como eres, cuidaste de no cambiar la cerradura

de la puerta principal por si me liberaban

y regresaba al nido, a la familia, a la vida.

 

Lo sabes mejor que nadie: la Justicia no es un bien

que se transa. La Justicia no es un precepto.

 

El mar-poco a poco- devolvió testimonios y secretos,

la montaña hizo su trabajo y el desierto mostró

el rostro herido de Pisagua. Las fosas del olvido

se abrieron: no pudieron retener la evidencia,

ni el oleaje de la memoria. Algunos regresaron

desde el otro lado de la historia. Traían las marcas

de la dictadura en el cuerpo, las secuelas

de la obediencia militar en sus quemaduras,

los flagelos de la seguridad nacional en su pecho

y el silencio cómplice de los civiles que besaron

las botas del dictador y que todavía tienen

la osadía de presentarse como paladines

de la democracia y de las libertades públicas.

 

Pero, no es eso lo que más me duele.

La derecha tiene cara de hereje y no cambiará

su enmomiada sonrisa. Lo que más me duele

es que muchos de los nuestros les acojan,

imaginando o creyendo que por efecto colisión

de las constelaciones cambiaron su forma de ser

y que por obra y gracia de este efecto, ya no son

los mismos conjurados que mantienen

pactos de silencio y de sangre con la soldadesca,

la canallada y los esbirros. Ya ves: no somos

físicamente los que éramos pero mantenemos

vivas las mismas fidelidades. Sé que sigues

planchando la camisa que usaba el Domingo.

A veces, sin querer te he descubierto mirando

el Álbum familiar de Fotografías, con la mirada

llena de peces, palabras, panes y sueños.

 

Amor, después que nosotros definitivamente

dejemos de estar,  vendrán otros. Tú lo sabes.

Y esos otros harán aquello que no pudimos,

quizás con mejores inteligencias y con otras

ternuras. Te amo porque las razones que tuviste

para amarme fueron las razones que ellos tuvieron

para hacerme desaparecer. Y donde quiera

que esté, espero. Los hijos ya están grandes.

 

Ellos crecieron y entendieron. Y los nietos

crecerán y entenderán. No sé cómo lo hiciste,

pero lo lograste: no dejaste que en nuestra casa

entrara el miedo, ni que residiera en sus cuadernos

el ángel de la venganza. Y así -como alguna vez

lo soñamos paseando por la Plaza pública-

nuestros hijos crecieron hacia la luz. Compañera

del alma, compañera, no permitiste que ninguna

gota de odio les ensuciara la comida.

 

A pesar del dolor, los educaste en el amor

a la Humanidad que profesamos. Les enseñaste

a mirar a los ojos para que la indiferencia

de muchos, no les quemase el corazón.

 

Los abrazaste con amor -de padre y madre-

para que la inseguridad no debilitara sus ramajes.

Producto de esos desvelos, nuestros hijos saben

unir las sílabas de una nueva historia y ahora

van en busca de los granos dispersos. Ni a ti,

ni a nuestras familias, nadie los indica con el dedo

porque limpios tienen los vidrios de las esperanzas

y porque pueden hacer lo que otros no pueden,

exhibir sus manos no manchadas. Ya vienen nuevos

tiempos, con la fuerza y voluntad de muchos

otra vez adquieren movimiento, sentido y pulso

las ideas. Los derechos humanos son fundamento

esencial de toda convivencia y la justicia

la única forma de reparación posible. Compañera,

déjame decirte algo que no te he dicho:

lo reconozca la sociedad o no lo reconozca,

lo reconozcan o no los partidos políticos,

ustedes, las mujeres de la Agrupación,

son la dignidad de Chile. Yo, al menos,

cambié la estrella de la bandera por tus ojos.